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Madre y torpe ¿qué puede salir mal?

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    Ensayo sobre la sordera (selectiva).



    Marta sale con los niños del supermercado un poco "crispadilla" pero se consuela pensando que en quince minutos estarán en casa. Baños, cenas y a dormir... 

    Los sienta en sus respectivas sillas y guarda la compra en el maletero. Una vez en el coche pone la radio bajita y arranca aliviada, con la satisfacción del deber cumplido.

    Marta conduce disfrutando del silencio que reina en el vehículo que únicamente enturbia el tema de Enrique Iglesias que suena en la emisora.

    Pasados cinco minutos surge una vocecilla desde el asiento trasero:

    - ¡Mamá, llalletaaaaa!!

    Marta le explica a la niña tranquilamente que faltan diez minutos para llegar a casa y que allí comerá una galleta.

    - Llalletaaaaaaa! Llalletaaaaaaaaaaaaa!

    - Y yo tengo mucha sed mamá, quiero beber ya...

    Bueno, pues ya estamos todos, piensa Marta. Les vuelve a explicar la situación de forma pausada, pero desde atrás ya solo se recibe una amalgama de lloros, gritos y peticiones en dolby surround.
    Nota como el corazón se le acelera y los ojos comienzan a inyectársele en sangre y, cuando está a punto de soltar al kraken, recuerda la técnica que lleva practicando unos días: la sordera selectiva.
    Marta sube en varios puntos el volumen de la radio. En ese momento suenan Shakira y el despelucado. Se concentra en la melodía caribeña intentando evadirse de la jauría que la reclama incesantemente desde al asiento trasero. Al principio es muy complicado, todo se mezcla en su cabeza. 

    Ya no sabe si Carlos Vives tiene una bicicleta o una galleta... 

    Pero poco a poco el ballenato se va imponiendo y finalmente es lo único que escucha.
    Echa un vistazo por el espejo retrovisor y puede ver brazos agitándose y caras de enfado, pero en silencio. Como si alguien hubiese apretado el botón del mute.
    Total, sólo faltan cinco minutos para llegar. No van a morirse de inanición.

    Lleva...

    Llévame en tu bicicleta...

    Fin (inspirado en hechos reales)

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    ¡Hola, torpes!

    Voy a compartir con vosotros mi primera receta. Antes de eso creo que deberíamos dejar un par de cosas claras.
    Cocino reguleras y sin ganas. Todas las recetas que encontréis en este blog son rápidas de preparar, con pocos ingredientes y, a poder ser, ensuciando poco cacharro que después da una pereza...
    En resumen, recetas para torpes como yo que odian cocinar y que acaban la aventura con cuatro cortes y dos quemaduras en las manos.

    Empecemos con mi receta de guiso de atún que lleva la friolera de TRES ingredientes principales. Las cantidades son para cuatro buenas raciones.




    INGREDIENTES:

    -Una bolsa de preparado para ensaladilla congelada.
    - 500gramos de lomo de atún.
    - Un bote de salsa de tomate estilo casero (ya si la hacéis casera estupendo pero a mí no me pidáis semejante esfuerzo).

    A mayores sal al gusto y un poco de aceite de oliva.

    ELABORACIÓN:

    1. Preparamos la bolsa de ensaladilla congelada según las instrucciones de la bolsa. Si no os gusta muy hecha retiradla un par de minutos antes porque se terminará de cocinar con el resto de ingredientes. Añadid sal al gusto.

    2. Mientras prepraráis la ensaladilla, cortad el atún en tacos y marcadlo en la sartén con aceite de oliva. Vuelta y vuelta.




    3. Cuando el atún esté marcado, añadid la salsa de tomate. Yo solo añado a mayores un poquito de agua para que esté más líquido. Como la salsa es estilo casero ya lleva cebollita y, para mi gusto, no precisa más sal. Dejad que haga chup chup a fuego bajo unos cuatro o cinco minutos.




    4. Por último, agregad la ensaladilla cocida y escurrida a la sartén. Evitad remover con utensilios para no deshacer el atún ni la patata de la ensaladilla. Con menear un poquito la sartén para que no se pegue y no tener el fuego demasiado alto es suficiente. Dos minutos más y ya estaría nuestro guiso listo.




    En mi favor diré que a los niños les encanta. Es bastante saludable ya que la salsa tiene unos valores nutricionales más que aceptables (no abuséis del atún por la concentración de metales pesados).




    Además es una receta muy versátil que puedes hacer cambiando el atún por pollo, pavo en tacos, carne picada y todo lo que se te ocurra.

    Recordad: los congelados son tus amigos. A mí me sacan de apuros constates y para el batchcooking van genial. Mirad las etiquetas siempre, que lleven solo verdura congelada.

    Y hasta aquí esta receta cutre pero sabrosa. No será la última.

    ¡Ah! La cocinera no ha sufrido ningún daño durante la elaboración de este plato.

    Un beso, torpes. Os leo.



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    ¡Hola, torpes!

    El otro día prometí contaros el resto de nuestra aventura en la unidad de neonatología del hospital con nuestro primogénito. Ahora que habíamos tocado fondo empezábamos a remontar poco a poco.
    Se descartaron muchos de los posibles diagnósticos iniciales como el de meningitis o derrame cerebral. La medicación estaba funcionando. Ni una sola convulsión desde el inicio del tratamiento. Entonces solo nos quedaba ponerle nombre a lo que le pasaba al peque, y para eso había que continuar con las pruebas.

    En la unidad no todo era preocupación, tristeza y caras largas. Enfermeras cantándole a los pequeños, la radio puesta para animarnos los días y mucha gente preocupándose por cómo estábamos.

    Además los días de visitas se animaba el cotarro. Las normas claras: de dos en dos y no tocar  a los niños para no despertarlos e incomodarlos. Imaginaos a la pobre abuela sin poder achuchar  a ese hermoso y rollizo bebé... El niño comía como un campeón, yo tenía mucha leche, y se pasaba casi todo el día durmiendo. Mi padre estaba obsesionado con verle con los ojos abiertos y, cuando las enfermeras no miraban, le daba pataditas a la cuna para intentar despertarlo. Fue muy duro para ellos también, aunque se mostraban fuertes para apoyarnos y acompañarnos en eses duros momentos.

    Creo que no fui consciente hasta que nos pasó esto de la cantidad de amigos y familiares que vivirían preocupados por la evolución de nuestro bebé. Venían a hacerme compañía, a ver al peque, me escribían o llamaban siempre que podían y lo sufrían con nosotros. ¡Que afortunada soy de tenerlos en mi vida!

    Así pasaba el día y llegaba papá a la carrera después del trabajo, deseando disfrutar de los cinco o diez minutos que le quedaban para ver al niño antes del fin de la hora de acompañamientos. Y después a casa. Esa era la peor parte. Y casa lloraba todo lo que no permitía mientras estaba al pie de su cuna.

    Y un día bautizamos al problema: INFARTO CEREBRAL.

    Así, con todas esas letras. Tan concreto y tan general a la vez. El pediatra nos hablo de las posibles consecuencias que iban desde todas a ninguna. Desde dificultades importantes de la motricidad y el habla a nada de nada. Vigiliar (lo que para una madre se traduce en obsesión) y revisiones.

    Y, ¿sabéis qué? No puedo decir que nada de nada, porque seguimos con la medicación y las revisiones periódicas, pero cero secuelas. Tengo un niño sano que corre y salta. Juega, se divierte, es cariñoso y muy inteligente. Solo tiene una disfemia del habla que, según la neuróloga, no es ni achacable a la lesión.

    Lo que si tiene es una puñetera sombra negra en su resonancia. Pero tuvo la deferencia de colocarse de forma que no le hizo tanto daño como podría haberle hecho. Tan superficial, entre dos lóbulos del cerebro que no consiguió dejar huella tangible en mi campeón.

    Así que alta y a nuestra casa. ¡Por fin!

    La historia no terminó aquí. Le siguieron unos años de: el mío hace así ¿es normal? ¿El tuyo coloca los pies así al andar? ¿Es normal que aún no hable? Siempre comparando su evolución para ver si era normal y como la de los demás niños o por fin se manifestaba alguna secuela del infarto.

    Pero el niño caminó. Y después corrió. Y habló. Y suma, resta, multiplica y divide. Y yo no lo puedo querer más. Incluso os diré que no lo puedo querer más que a la niña, pero es un amor distinto. El amor de una madre hacia el hijo del que, por unas horas, pensó que podría morir y del que siempre ha tenido que estar pendiente.

    Y él es un niño sano, pero sobre todo feliz. Y eso me hace inmensamente feliz a mí.

    Un beso, mis torpes.
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    Es un tema complicado pero era necesario abordarlo. Aquí os dejo mi cacapedia.




    La caca gourmet


    Llegas a casa después del trabajo y de recoger a los niños. Estás hambrienta. Al entrar por la puerta percibes el olor de las lentejas que dejaste hechas la noche anterior. Empiezas a salivar mientras las calientas. Te pones el plato, coges el pan y... ¡¡Mamá, teno caca!!
    A partir de ese momento dará igual que destierres el pañal al porche o que te laves las manos tropecientas veces. Estarás comiendo tus lentejas con la presión de haber cambiado un culo hace un minuto y con la peste incrustada hasta la pituitaria.

    La caca Murphy


    Te vas al súper con los niños y sin mochila. Porque sí. Porque eres una locuelis. Total, ¿qué puede pasar?
    Pues que caminando por el pasillo de la fruta veas una mancha amarillenta en las mallas de la peque (mallas que, por supuesto, hoy son blancas) y tengas que comprar eses pañales cutres que nunca usas (es que de los buenos hay oferta de segunda unidad a mitad de precio y no quedan). Luego deja el carrito abandonado en mitad del pasillo para ir al baño a cambiarla.
    ¡Sorpresa! En el baño no hay cambiador. Hacemos malabares y equilibrismos y de vuelta a la compra.
    La tostada siempre cae del lado de la mantequilla y punto.

    La caca Fukushima


    Esa caca es la que deja huella en el tiempo. Las secuelas serán perceptibles a largo plazo. Si utilizaras un medidor de peste pitaría como el camión de la basura dando marcha atrás. Y, aunque encierres el pañal en tres bolsas plásticas y te lo lleves lo más lejos posible, su recuerdo perdurará en tu hogar.
    Tendrás suerte si se ha disipado totalmente antes de la próxima réplica.




    La caca Darwin-Picasso


    Tu hijo descubre la caca en su pañal antes que tú. Primero investiga a fondo y después da rienda suelta a su faceta artística.
    Nada más que explicar.

    La caca psicológica


    El niño o niña te dice que tiene caca. Tú, como buena madre, le hueles el culo por encima del pañal. No huele. Pero el pequeño insiste y tú piensas:
    "Pues quizá sea caca que no huele" (ya deberíamos saber que eso no existe pero...). 
    El siguiente paso es espiar dentro del pañal. Idéntico resultado. Queda lo peor: hacer entender a un bebé de año y medio que está convencido de que está cagado de lo contrario. 
    Truquiconsejo: cámbiale el pañal, zanjamos la discursión y todos contentos


    Los tipos de caca son infinitos y nuestros hijos se los conocen todos. Tened por seguro que esta cacapedia continuará.

    ¡Un beso, torpes!
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    Sobre mí

    Madre y torpe

    Soy madre de dos retoños. Un niño cariñoso con mucho carácter y una pequeña tormenta que pone mi vida patas arriba. Cocino igual que plancho: sin ganas y mal. Soy cinéfila y seriéfila y procrastinadora profesional.

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