POST SERIO: Cuando no es como te lo contaron (I)
sábado, enero 18, 2020
¡Hola Torpes!
Aunque sabéis que este blog va que cosas de la risa, de vez en cuando me gustaría compartir con vosotros contenido un poco más serio. O como en este caso, abriros un poquito más mi corazón y mostraros un poco más de mí.
Os voy a hablar sobre un evento muy importante en mi vida: el nacimiento de mi primer hijo. Pero lo que quiero contaros es como lo viví, teniendo en cuenta que los hechos no se desarrollaron como yo me esperaba o como los había vivenciado anteriormente en mi entorno.
Mi parto fue inducido, por fisura en la bolsa. Fue un parto muy llevadero, rápido y con un expulsivo fugaz. Durante todo el proceso yo ya me había hecho a la idea de que, nada más nacer, me separarían de mi pequeño para llevarlo a la unidad de neonatología y observarlo (recordad que tenía una fisura en la bolsa). Pero nada te prepara realmente para el momento en que, después de hacer el mayor esfuerzo físico y mental de tu vida y de verle la carita por primera vez a tu tan deseado primogénito, Él se irá en una cuna por el pasillo de la izquierda y tú por el de la derecha. Te quedas destrozada, contando las horas para poder bajar a verlo.
Pensé que no se me cogería al pecho, pensé que podrían ver algo que lo mantuviera más tiempo en observación. Yo qué sé todo lo que se me pasó por la cabeza.
Pero por fin compartimos habitación a las 24 horas del parto. Y ya me daba igual tener la habitación abarrotada de gente, que no consiguiera ponerlo al pecho y tuviera que pedir un biberón o incluso el dolor físico y el agotamiento. Ya todo era como debía ser.
Conseguí que se agarrara al pecho a pesar de que la subida de la leche se estaba haciendo de rogar y cuando pensamos que nos darían ya el alta... booom! Tensión de mami por las nubes y día extra de ingreso (al final lo agradecería). Mando a mi marido a descansar a casa porque yo me encontraba como una rosa y segura en mi nueva condición (maaaal).
Os diré el porqué de agradecer día extra de ingreso y de la mala decisión la de mandar a papi a casa.
Ya sola en la habitación con mi pequeño, vi algo extraño y no era la primera que lo hacía. Mi madre había observado que movía de forma espasmódica el brazo derecho en un par de ocasiones. Se lo comunicamos a la enfermera que a su vez avisa al pediatra. Evidentemente, como era un gesto ocasional, no pudieron presenciarlo y nos dijeron a qué podría deberse y que avisáramos si se repetía. Y esa noche se repitió, y de qué forma... Me asusté pero recodando que el médico no fuera capaz de presenciar estos episodios, lo grabé con mi móvil.
Al pasar la enfermera de nido le enseñé las imágenes. Sólo os diré que en cinco minutos me vi sin móvil, sin niño y totalmente sola y confusa. Llamé a mi marido, que creo que batió el récord de tiempo en el recorrido entre nuestra casa y el hospital, y comenzó el drama.
Lo primero fue sentarnos en un despacho junto a la UCI pediátrica y enumerarnos las posibles causas de las convulsiones. Las palabras "hemorragia cerebral" y "meningitis" (entre otras) comenzaron a retumbar en mi cabeza. Pero si hace una hora y media le estaba dando el pecho en la habitación los dos tan pichis...
Lo siguiente fue pasar a verlo. En una incubadora lleno de cables. Que sepáis que he borrado esa imagen de mi cabeza, con tippex claro, es decir, no está pero hay algo que te recuerda que lo viviste en su momento.
Me mandaron a descansar. ¿Qué mas me podía pasar ya?
Nunca preguntéis eso. Si ya la situación era dramática, en el mismo momento en que volvía a cama, me subió la leche. A lo bestia, cual erupción volcánica. Imaginaos a una mujer destrozada, llorando a moco tendido, ordeñándose en el sacaleches del hospital. Y la incertidumbre... eso era lo peor.
Entonces empieza una nueva etapa. Pruebas médicas, descarta esto, eso otro también, la medicación funciona... El niño pasa a intermedios (fuera de la urna por fin) y ya podemos seguir con lo de la teta y tocarlo y todo eso tan normal con un recién nacido.
Allí vimos pequeños valientes que cabían en la palma de la mano de sus padres o conectados continuamente a una máquina que los ayudaba a respirar. Piececitos y manitas minúsculas con ganas de vivir mayúsculas. Y padres al pie del cañón día tras día.
Las conversaciones en el sacaleches eran de otro mundo. Conversaciones que nunca se deberían de tener entre padres. Conversaciones sobre trasplantes, sobre quimios, sobre meses y meses de ingreso... Allí comprendí lo que significa relativizar tus problemas. Aunque sea duro decirlo, mi hijo, en cierto modo, era afortunado. Nosotros éramos afortunados porque sabíamos que, tuviera lo que tuviera, viviría.
Pasamos a la unidad de neonatología y continúan las pruebas. Os contaré como anécdota que un día entraba por la puerta de la unidad a las ocho de la mañana (mi jornada allí era de ocho a ocho, recostándome en una sala de espera cuando no era hora de visita y sin poder asear mi episiotomía en condiciones) y oí a un bebé llorar, uno de los cuarenta que había allí, y supe que era el mío al instante. En ese momento entendí lo que es ser madre y de qué va lo del instinto maternal. Efectivamente era el mío con tres enfermeros encima intentando sacarle sangre.
En el próximo POST SERIO os seguiré contando la experiencia porque a partir de aquí todo se vuelve un poco más de color de rosa.
Gracias por leerme, hoy más que nunca.
Aunque sabéis que este blog va que cosas de la risa, de vez en cuando me gustaría compartir con vosotros contenido un poco más serio. O como en este caso, abriros un poquito más mi corazón y mostraros un poco más de mí.
Os voy a hablar sobre un evento muy importante en mi vida: el nacimiento de mi primer hijo. Pero lo que quiero contaros es como lo viví, teniendo en cuenta que los hechos no se desarrollaron como yo me esperaba o como los había vivenciado anteriormente en mi entorno.
Mi parto fue inducido, por fisura en la bolsa. Fue un parto muy llevadero, rápido y con un expulsivo fugaz. Durante todo el proceso yo ya me había hecho a la idea de que, nada más nacer, me separarían de mi pequeño para llevarlo a la unidad de neonatología y observarlo (recordad que tenía una fisura en la bolsa). Pero nada te prepara realmente para el momento en que, después de hacer el mayor esfuerzo físico y mental de tu vida y de verle la carita por primera vez a tu tan deseado primogénito, Él se irá en una cuna por el pasillo de la izquierda y tú por el de la derecha. Te quedas destrozada, contando las horas para poder bajar a verlo.
Pensé que no se me cogería al pecho, pensé que podrían ver algo que lo mantuviera más tiempo en observación. Yo qué sé todo lo que se me pasó por la cabeza.
Pero por fin compartimos habitación a las 24 horas del parto. Y ya me daba igual tener la habitación abarrotada de gente, que no consiguiera ponerlo al pecho y tuviera que pedir un biberón o incluso el dolor físico y el agotamiento. Ya todo era como debía ser.
Conseguí que se agarrara al pecho a pesar de que la subida de la leche se estaba haciendo de rogar y cuando pensamos que nos darían ya el alta... booom! Tensión de mami por las nubes y día extra de ingreso (al final lo agradecería). Mando a mi marido a descansar a casa porque yo me encontraba como una rosa y segura en mi nueva condición (maaaal).
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Al pasar la enfermera de nido le enseñé las imágenes. Sólo os diré que en cinco minutos me vi sin móvil, sin niño y totalmente sola y confusa. Llamé a mi marido, que creo que batió el récord de tiempo en el recorrido entre nuestra casa y el hospital, y comenzó el drama.
Lo primero fue sentarnos en un despacho junto a la UCI pediátrica y enumerarnos las posibles causas de las convulsiones. Las palabras "hemorragia cerebral" y "meningitis" (entre otras) comenzaron a retumbar en mi cabeza. Pero si hace una hora y media le estaba dando el pecho en la habitación los dos tan pichis...
Lo siguiente fue pasar a verlo. En una incubadora lleno de cables. Que sepáis que he borrado esa imagen de mi cabeza, con tippex claro, es decir, no está pero hay algo que te recuerda que lo viviste en su momento.
Me mandaron a descansar. ¿Qué mas me podía pasar ya?
Nunca preguntéis eso. Si ya la situación era dramática, en el mismo momento en que volvía a cama, me subió la leche. A lo bestia, cual erupción volcánica. Imaginaos a una mujer destrozada, llorando a moco tendido, ordeñándose en el sacaleches del hospital. Y la incertidumbre... eso era lo peor.
Entonces empieza una nueva etapa. Pruebas médicas, descarta esto, eso otro también, la medicación funciona... El niño pasa a intermedios (fuera de la urna por fin) y ya podemos seguir con lo de la teta y tocarlo y todo eso tan normal con un recién nacido.
Allí vimos pequeños valientes que cabían en la palma de la mano de sus padres o conectados continuamente a una máquina que los ayudaba a respirar. Piececitos y manitas minúsculas con ganas de vivir mayúsculas. Y padres al pie del cañón día tras día.
Las conversaciones en el sacaleches eran de otro mundo. Conversaciones que nunca se deberían de tener entre padres. Conversaciones sobre trasplantes, sobre quimios, sobre meses y meses de ingreso... Allí comprendí lo que significa relativizar tus problemas. Aunque sea duro decirlo, mi hijo, en cierto modo, era afortunado. Nosotros éramos afortunados porque sabíamos que, tuviera lo que tuviera, viviría.
Pasamos a la unidad de neonatología y continúan las pruebas. Os contaré como anécdota que un día entraba por la puerta de la unidad a las ocho de la mañana (mi jornada allí era de ocho a ocho, recostándome en una sala de espera cuando no era hora de visita y sin poder asear mi episiotomía en condiciones) y oí a un bebé llorar, uno de los cuarenta que había allí, y supe que era el mío al instante. En ese momento entendí lo que es ser madre y de qué va lo del instinto maternal. Efectivamente era el mío con tres enfermeros encima intentando sacarle sangre.
En el próximo POST SERIO os seguiré contando la experiencia porque a partir de aquí todo se vuelve un poco más de color de rosa.
Gracias por leerme, hoy más que nunca.
18 comentarios
Ainsss cariño, que mal rato y que mala experiencia. Me alegro que el siguiente post sea algo más de color de rosa porque con este nos has dejado con el corazón encogido.
ResponderEliminarUn besazo enorme.
Gracias, tengo que decir que pasé esos días en una especie de estado de ausencia.Estaba, cumplía con mis obligaciones maternales pero no asimilaba muy bien la situación. Es lo que tiene que nadie te prepare para algo así. Un beso.
EliminarSoy mamá de un niño prematuro, así que entiendo perfectamente cómo te sentías en esos momentos y esa nebulosa de saber qué estás allí, pero que ahora lo recuerdas como si fuese un mal sueño
ResponderEliminarEs una experiencia difícil. Me ayudó a descubrir que soy más fuerte de lo que pensaba. De hecho, mi marido se sorprendió porque soy muy sensible y pensó que me derrumbaría. La fortaleza que da ser madre. Gracias por tu aportación. Un abrazo y espero que ese peque esté fuerte y sano.
EliminarPero que fuerte lo que has vivido y que valiente eres, me alegra que estos post existan porque ayudan a muchas mujeres que quizás están pasando por lo mismo, saludos.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus palabras. La valentía salió no sé de dónde pero me conocí mucho más a mí misma. Espero que, como dices, pueda ayudar a quien esté pasando por lo mismo. Un beso
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